miércoles, 23 de septiembre de 2009

Buenos días, Amigos.


Buenos días, Amigos.
Estoy buscando a Manolo. Por las noches, cuando salgo a andar, miro por donde me dice que suele estar pero creo que me engaña. Manolo es un amigo: es un buen chico, más joven que yo, pero no mucho más. Tiene treinta y siete años, apunto de cumplir los treinta y ocho. El otro día me acompañó a ver, en las afueras de la ciudad, el castillo de fuego.
Entre la noche, que estaba fresca, el cielo abarrotado de colores y explosiones por la pirotécnica no sentí mucha alegría. Manolo me confesó que tenía que escribir a sus padres. Le ofrecí papel y lápiz para ello, pero me lo rechazó. Dice que lo suele hacer en la oficina de correos. Me llegó al alma cuando me confesó que en la carta iba a mentir a su madre, pues no podía decirle que estaba durmiendo en la calle. Y es verdad. Manolo duerme en la calle.
Manolo es un mendigo, con un cuerpo más fuerte que el mío y con un cerebro de un niño. Pide trabajo pero se olvida de ir, porque Manolo es muy corto de frente, pero muy grande de corazón. Ya hace frío en Guadalajara por las noches. Yo duermo con manta. No sé con qué dormirá Manolo. No sé que es lo que lleva en su bolso grande que siempre le acompaña. Me gustaría invitarle a algo caliente pero no sé por dónde está.
Por la mañana sé que está en la puerta de la iglesia pidiendo por la fuerte tos que ya tiene. Manolo es como un niño, no se cuida. Me llama el “chico bueno.” Pero creo que a bondad él me gana. Buenos días nos dé Dios.
Un abrazo.
Gregorio.
Guadalajara, 23 de septiembre de 2009.

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