martes, 27 de enero de 2009

Buenos días, Amigos.


Buenos días, Amigos.
Sigo dándole vueltas a mi negro. Han sido muy graciosos los comentarios e interpretaciones que he recibido. Hay hombres, como mujeres, que tienen un cuerpo precioso. Tenía una amiga en Alcalá que cuando veía a un chico mono decía que cómo había parido una mujer una cosa tan bella. Djimon Gaston Hounsou tiene un cuerpo precioso, y seguramente por su cuerpo es un taquillazo de actor que no puede echarse a la siesta pues su fama le obliga a derrochar energía para no deformar lo que la naturaleza le ha brindado.
Me gusta mucho un artículo que escribió Rosa Montero sobre la belleza. Lo titula “La belleza entre las tinieblas”. Seguro que lo podéis encontrar en Internet. En el habla de esa envidia que todos sentimos cuando vemos algo bello, perfecto y sublime, pero que está cargado, no tanto de un don cuanto de sacrificio y sufrimiento por alcanzar la perfección. Por mucho que me machacase en un gimnasio nunca llegaría a tener un cuerpo como el de Djimon pues mi propia naturaleza me lleva por otras formas. Tengo el esternón torcido y el juego de costillas me produce en el torso una gran cavidad. Si el cuerpo de Djimon podría haber sido esculpido con mármol negro por cualquier artista griego y colocado en el Olimpo para veneración de los mortales, mi cuerpo, más bien, podría haber sido hecho con terracota por Antonio Oteiza, el hermano de Jorge, que para algo es franciscano. Sus esculturas, de pechos huecos y cabezas asustadas, bien podría ser una radiografía mía. Me ofrecí para hacer algunos desnudos pero cuando ciertos pintores de poca monta vieron lo que tenía que ver, el pecho, no seáis mal pensados, ya adivinaban que el cuadro no se vendería.
Por eso sigo admirando aquellos cuerpos de ébano cubanos que con bolsas de plástico, de basura, por no ensuciar el chándal, se entrenaban para ser campeones del mundo de boxeo; sus saltos en el cuadrilátero hacia atrás eran casi perfectos. No me extraña que fueran considerados dioses en la Isla, mientras me iban a pedir ropita para sus hijas a la parroquia. Si tuviera un cuerpo como el de Djimon iría por la calle desnudo, como los lirios del campo, pero sabiendo que también se marchita. Pero no lo tengo. Esta es mi realidad. Buenos días nos dé Dios.

Un abrazo.

Gregorio.


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