miércoles, 14 de enero de 2009

Buenos días, Amigos.





Buenos días, Amigos.
Desde pequeño y con una teología casera, de pueblo, de campo y de matanza, fui educado en los valores que esconden los Mandamientos de Moisés. Cuando era pequeño mi referencia era el Niño Jesús que, como un amiguito invisible mío, se enfadaba si mi comportamiento no era bueno o el deseado por mis padres. Por eso creo que desde muy joven las tablas del Príncipe de Egipto fueron referencia en mi vida. Con el tiempo, madurando la fe con los estudios eclesiásticos y la experiencia humana fui consciente que mi camino para llegar a la perfección no se encontraba en los relatos del Éxodo sino en los evangélicos y en concreto en las Bienaventuranzas. Jesús de Nazaret ya no era un niñito maravilloso sino un líder nato que arrastraba mi curiosidad por derroteros que yo nunca me hubiera imaginado.
Que duro y complicado es el examen de conciencia desde esta nueva perspectiva; ya no son mis acciones las que me condenan sino la falta de caridad, solidaridad y altruismo hacia los demás. Es en este mundo, en el aquí y ahora, cuando debemos de mostrar el sello cristiano en esas circunstancias en las que se nos pide que seamos buen samaritano.
No me gustan las medallas, ni las de oro ni las de plástico, ni las de metal. No me gusta que los símbolos religiosos se exhiban con orgullo y sí con sencillez y caridad. Últimamente hay muchos obispos a mi alrededor y eso no es bueno, demasiados ingenieros para arreglar un camino por el que no pasa nadie. Hay que volver a leer el Sermón de la Montaña y sacar las palabras frescas de Jesús para que tengan vida en nosotros y nos hagan portadores de paz, solidaridad y amor. Obras son amores y dejémonos de panfletos. La caridad es la virtud teologal que debe mover a las otras virtudes para crecer como persona y como creyente. Buenos días nos dé Dios.

Un abrazo.

Gregorio.

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