jueves, 27 de agosto de 2009

Buenos días, Amigos.





Buenos días, Amigos.
Es la burocracia. Me dicen. Pero yo me resisto. Tengo que arreglar unos papeles relacionados con la Seguridad Social y en estos momentos no sé si ya está aclarado el asunto. Me dirijo por teléfono a quien creo que es el encargado. Muy amablemente me responde su secretaria que justifica su ausencia y con mayor simpatía me cita para mañana. Uno no pierde la calma ante una sonrisa telefónica.
A la mañana siguiente, sin previo aviso telefónico, me presento en las oficinas. Hay que decir que para llegar allí he tenido que pedir un plano de la ciudad porque todavía las calles no me suenan. Llego. Su secretaria está. Menos mal. Su secretaria me dice que el Señor también, pero que no sabe dónde está. Me manda abajo a otro despacho. Llamo a la puerta. Nadie me responde. Vuelvo a llamar. Así hasta cinco veces. El caso es que oigo ruidos dentro. Decido llamar a la secretaria por el móvil y directamente me pasa con él. Efectivamente, estaba detrás de la puerta que estaba aporreando. No me abre. Como ya sabía mi asunto por el informe que di el día anterior me da un teléfono, un nombre y me pide que me ponga en contacto con ese señor. Ah, y que pase un buen día.
Como si fuera una pesadilla de verano, la tarea se está volviendo ardua y desagradable. Busco un lugar tranquilo. Llamo al teléfono dictado y pregunto por el nombre dado. Parece amable, aunque se sorprende de mi nombre y de mi cargo. Dice que hay una equivocación, pero yo le hago ver que el que tiene mal los papeles es él. Me dice que toma nota y que me llamará. Han pasado dos días. No estoy tranquilo. No sé. Tal vez tenga que llamar mañana otra vez y hacerme el pardillo. Odio las burocracias.
Buenos días nos dé Dios.
Un abrazo.
Gregorio.
Guadalajara, 27 de agosto de 2009.

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