martes, 18 de agosto de 2009

Buenos días, Amigos.

Buenos días, Amigos.
Esta mañana, al salir de mi nueva casa, vuestra casa, situada en un rincón precioso de Guadalajara, me encontré con un niño leyendo.
perfectamente que uno no es imprescindible. No hace falta que dé razones. Pero si hay algo que siento mucho, que tengo miedo que desaparezcan, que con mi marcha haya acabado sus días, son los club de lectura: Los Trotamundos y El de los jueves.
Por eso esta mañana, creo que he abierto mis labios por primera vez para hablar con alguien en la calle, no he tenido reparo en dirigirme al niño y preguntar por su lectura. El niño, que era espabilado, ha sentido emoción y me ha contado todo; de qué va el libro, quién es el autor y sus impresiones. Muerto de curiósidad me ha preguntado por mi nombre y por qué me lo pusieron así, y si así me llaman en casa. Claro que, cómo me vio salir del convento, su curiósidad y sus preguntas enseguida fueron saciadas.
Mientras hablábamos, y sin darme cuenta, un grupo de niños se han unido a la conversación aunque sin hablar me miraban fijamente. El niño enseguida confesó, como justificándose ante la lectura, que a su padre no le gustaba que viera la tele y que se aprovecha mejor el tiempo leyendo.
Sabes, me dice el niño, mi padre pertenece a un grupo religioso.
Ah, le respondí.
Entonces, deduciendo que los espectadores pequeños que me miraban y escuchaban, eran hermanos del niño le pregunté.
Sí, estos cuatro pequeños son mis hermanos, pero también los tres que están con mi padre en la furgoneta. Somos ocho.- Dijo el niño.
Me dieron ganas de decir el nombre de aquella serie famosa en mi infancia, pero me acordé que el niño no ve la tele. Pero visto lo visto, el padre tampoco.
Buenos días nos dé Dios.
Un abrazo desde esta nueva casa.
Guadalajara, 18 de agosto de 2009

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