martes, 21 de abril de 2009

Buenos días, Amigos.


Buenos días, Amigos.
Ayer tuve que tener un día guapo, de esos de subidón y caída precipitada. Casi todo ocurrió en el Metro, en el Metro de Madrid, el Mejor Metro del Mundo.
Subiendo por distintas puertas fuimos a coincidir una chica joven, bella y muy elegante, en un mismo espacio del furgón, de esos que no tienen asiento y está reservado para sillas de ruedas. La chica con una dulce sonrisa me los dejó, durante el viaje, la chica se bajó en Colón, tuvimos gestos de complicidad por lo ocurrido.
A la vuelta del recado, de nuevo en Metro, una cuidadora de un niño, travieso como él solo, no dejaba de pedirme disculpas cada vez que el niño se me acercaba para enseñarme el mapa del Metro. La chica se bajó en Acacias y se despidió como si mañana volviésemos a vernos. Y como uno tiene cabeza y la deja olvidada en cualquier banco de la calle, me llaman unos amigos para decirme que me había dejado unas recetas médicas en su casa.
Otra vez el Metro. Esta vez fue muy gracioso. Había en el compartimento dos chavales negros sentados y hablando de sus colegas y amigos. En esto que pasa una señora mayor y rápidamente uno de ellos se levanta. La conversación continúa aunque a distintas alturas. En Banco de España entra un indigente con una garrota que va machacando conforme avanza por esa sala móvil, es de edad avanzada, ropa sucia, con un gorro rarísimo en la cabeza y unas chanclas de playa en los pies sin calcetines, mostrando unas uñas como cuernos diabólicos. Sin pensarlo, el otro negrito se levanta nada más verlo. El pobre, agradecido, busca en el bolsillo de su raído abrigo una moneda de veinte céntimos que le da al joven, agradeciendo su amabilidad e invitándole a tomar algo. El chaval no daba crédito a lo que pasaba y los que habíamos observado la escena no pudimos evitar reírnos de nosotros mismos.
Si esto pasa en una mañana bajo tierra, qué cosas mayores pararán arriba. Buenos días nos dé Dios.

Un abrazo.

Gregorio.

La Puebla de Montalbán, 21 de abril de 2009.

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