miércoles, 17 de diciembre de 2008

Buenos días, Amigos.


Buenos días, Amigos.
Pasada la fiesta de la Inmaculada, todos los años tengo el ritual de coger mi agenda y escribir las tradicionales tarjetas navideñas a la familia, a los amigos, a las personas conocidas. También busco un hueco en mi habitación para colocar una vela de adviento con un angelito, normalmente suele ser cerca del ordenador, porque en mi habitación es difícil encontrar un hueco para un papel más. Más adelante, con el ruido de la Lotería Nacional, me gusta decorar la casa, especialmente el comedor.
Pero os confieso que este año no tengo ganas de decorar nada; estoy desganado. No he buscado ni la vela que me anima a ver la Navidad como un tiempo propicio para renovar las promesas espirituales que me animen a ver el nuevo año con un optimismo reto. Lo que sí he hecho ha sido buscar la agenda, que sí sé donde está en medio de mi desastrosa habitación. Para mi sorpresa, cuando me senté y empecé a hojear las páginas abecedariamente, descubrí que muchos de los nombres que tenía escritos ni los conocía, ni sabía quienes eran o, por el contrario, hacía mucho que había desaparecido la relación.
No sé si los cuarenta y tres años filtran mucho las amistades. Creo que solo he escrito unos quince crismas donde destacan mis padres, mis hermanos, mi sobrino y algunos tíos. Amigos, amigos, muy pocos. Me asusté. Es cierto que estoy en una edad en la que no me gusta conocer gente nueva porque ya tengo bastante con los que tengo. Pero ¿dónde están los que tengo?
Enseguida me di cuenta que en mi agenda, mi vieja agenda, no tengo a casi nadie. Es en el móvil y en el correo electrónico donde aguardan los nombres importantes en mi vida. Respiré, no me podía haber creado tan agrio la barriga de los cuarenta.
Ahora solo pido a Dios un milagro que me inspire esos deseos navideños que hacen disfrutar la vida desde las pequeñas cosas para poder desear, a las personas que quiero, una Feliz Navidad. Buenos días nos dé Dios.

Un abrazo.

Gregorio.

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