viernes, 13 de noviembre de 2009

Buenos días, Amigos.


Buenos días, Amigos.
Estaba el otro día escribiendo en una cafetería pequeña y con mucho encanto. Estaba solo en el local, pero muy a gusto. Estaba, mientras escribía, escuchando música de Jack, que magnificada el establecimiento de ambiente cubano. Estaba tan bien cuando irrumpió un grupo de personas que se cargaron la paz, el buen ambiente y la tranquilidad que tenía.
Decir que eran de pueblo es insultarme a mí mismo, porque no logro definir lo grosero y vulgar que era el diálogo que tenían. Creo que adivinaron que escribía de ellos porque era inevitable, a la hora de describir el café no hacer mención a ellos. Quería salir, pero aguanté porque creí que se vería muy grosero por mi parte salir pitando ante esas voces.
Ayer volví al sitio. Ayer volví al café. Qué diferencia. El café era el mismo, pero lo que hacen las personas, las señoras que había jugando a las cartas parecían mis vecinas de toda la vida pues me contaron cómo les habían metido unos billetes falsos es los últimos días. Para colmo llegó un señor, con abrigo y sombrero, todo un caballero, que ofreció al personal un higo extremeño. Vaya señor. Vaya caballero. Y si me había parecido poco dulce el café, el dueño del establecimiento se acerca a mi mesa con dos dulces, como queriendo reparar el daño acústico del otro día.
Señores, vaya diferencia. Vaya cafés que me tomé: si uno parecía de los arrabales, más allá del río, el otro parecía tomado en la plaza mayor. Pero qué le voy a hacer. El café se llama la Universal, y en él tienen cabida todos, los unos y los otros, hasta yo mismo. Disfrutaremos del oro negro con la educación y la elegancia y haremos oídos sordos con lo chabacano y vulgar, porque en esta Alcarria de Dios, todos tenemos nuestro sitio, también en la Universal. Buenos días nos dé Dios.
Un abrazo.
Gregorio.
Guadalajara, 13 de noviembre de 2009.

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