viernes, 11 de diciembre de 2009

Buenos días, Amigos.

Buenos días, Amigos.
Seguro que en estos momentos nos encontramos todos en esa faceta en la cual vamos buscando las cajas donde guardamos el Belén y los adornos navideños, mientras vamos escribiendo las cariñosas y tiernas tarjetas navideñas, los chrismas. Qué bien, que fabulosos son estos días y estos momentos.
El lunes me acerqué a Madrid y sin recordar la fecha que era, pleno centro del puente de la Inmaculada, me vi envuelto por un sunami de personas por todas las calles del centro. Me llamó la atención un árbol que divisaba en la calle Preciados y que estaba ubicado en plena plaza de Callao. Allá me fui. Comentaron que a las seis lo encendían, pues hasta las seis hice tiempo mirando y observando a la gente, escuchando sus conversaciones y haciendo reflexión de la vida. Dios vino en la soledad y de noche y nosotros lo celebramos con muchas luces, mucho ruido y mucha gente. En esto se acerca un abuelo con su nieta al árbol, y queriendo divisar su copa, se da cuenta que ha de retirarse para poderla ver. El abuelo le dice que este árbol es muy grande. A lo que le responde la nieta; "Este árbol es muy grande, demasiado grande".
Creo que fue lo mejor que me pasó en Madrid. Me vine contento con la lección que me había dado la niña. Muchas cosas, sobre todo en Navidad, las hacemos demasiado grandes y no podemos disfrutarlas. La Navidad es sencilla, es para los sencillos, es para los niños. Cómo la complicamos los mayores haciendo fastos enormes que ni vemos, ni celebramos, ni disfrutamos. Tal vez la medida de la Navidad sea la de un niño, la de ese niño que todos llevamos dentro y que alucinamos con desproporcionados gestos. No olvidemos que Dios vino en la noche y en la soledad del silencio. Buenos días nos dé Dios.
Un abrazo.
Gregorio.
Guadalajara, 11 de diciembre de 2009.

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