miércoles, 5 de mayo de 2010

Buenos días, Amigos.

Buenos días, Amigos.
Anoche me lo pasé muy bien con unos amigos. Estaba tan bien, estábamos tan bien, que cuando nos dimos cuenta el dueño del Metrópolis, así se llama el pub donde estuvimos, nos advirtió que ya había bajado el cierre, que le buscásemos en la cocina cuando quisiéramos irnos. Asombrados miramos nuestros respectivos relojes. Asombrados percibimos todos que la medianoche hacía un buen rato que había pasado. Rápidamente recogimos nuestras cosas, nos dimos un beso de despedida con el propósito de repetir tan magnífica velada, y salimos corriendo hacia nuestras respectivas vidas. Esta noche no salí a andar. Además de ser muy tarde hacía mucho frío.
Ya en casa, antes de concebir el sueño, recordaba una de nuestras conversaciones. Mi amiga Bego nos había contado cómo su hijo se asombró cuando, movida por la caridad y la compasión, en vez de dar una limosna a uno de esos pobres que encontramos a la puerta de una panadería, de un supermercado, o una iglesia, decidió prepararle un buen bocadillo. Para que meriende, chicos, y así pidió la colaboración de sus hijos. Además de ser grande el trozo de barra partido, de surtir con el mismo lomo familiar todo el surco abierto, mi amiga Bego preparó, para sorpresa de todos, una bolsa muy especial donde meter el sabroso bocadillo. Ideó una bolsa super graciosa, con lazos y detalles que manifestaban su chisporreante personalidad. Un bocadillo grande se merecía una bolsa preciosa.

Claro está que la escena final se la dejó a su hijo que no salía de su asombro cuando vio que era él el que tenía que entregar no solo el bocadillo; el bocadillo y su preciosa bolsa. Mamá, ¿la bolsa también? La bolsa también. Y así, como el que entrega un trabajo manual hecho en el colegio para un ser especial que queremos mucho, el hijo de mi amiga, Bego, entregó, como el que no quiere entregar, la bolsa al pobre; la bolsa y el rico bocadillo.


Anoche, mi amiga, Bego, repitió varias veces cómo su hijo se había quedado asombrado de entregar el bocadillo en esa bonita bolsa que habían preparado en casa. Conozco poco a Bego, pero tengo la impresión que mi amiga es de esas que educa no solo con palabras. Y si bien, no conozco a su hijo, me gustaría un día compartir con él lo que supuso esa experiencia. Es fácil compartir lo que tenemos, incluso ser generosos en la caridad. Pero, a lo que no estamos acostumbrados, es a hacer especial los detalles con esos seres, como nosotros, que por circunstancias de la vida, han perdido lo que tenían y se han tenido que poner a mendigar. Que no nos ocurra a nosotros.



Dar una limosna es algo más que un acto de caridad. No sé explicarme. Pero la caridad, la limosna, la ayuda que podamos ofrecer es como un acto de justicia. No sabemos por qué somos merecedores de unos bienes, materiales y espirituales, que son regalo de Dios. Compartirlo no es un acto propio de nuestra voluntad, sino de nuestra conciencia divina que nos hace ver lo afortunado que somos con esos seres que nos rodean, con esos estudios que tenemos, con esos libros que hay en nuestras estanterías. Ayudar a los demás es restituir un poco lo que es justo. En la Biblia, Yavhé aparece como protector de viudas y huérfanos, los seres más desprotegidos en aquella antigua época. Ayer fue Begoña, mañana tal vez su hijo el que tome conciencia de la voluntad divina que hay en su corazón. Buenos días nos dé Dios.
Un abrazo.
Gregorio.
Guadalajara, 5 de mayo de 2010.





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