miércoles, 7 de diciembre de 2011

Ser padre.

Buenos días, Amigos.


Durante muchos años mi sobrino, tal vez conocedor de que su madre no podía darle un hermanito, me preguntaba por qué yo no podía tener hijos si ser sacerdote es como estar casado con alguien. Por más que le explicaba no lo comprendía. Mejor dicho, no lo quería comprender, porque lo que quería es tener un hermano, un primito o un pequeñín con quien jugar. El tiempo pasa y verle ya tan grande me impresiona. Es mi sobrino. El tiempo me ha dado otro. Reconozco que ver que viene alguien por detrás con sangre y apellidos es una satisfacción muy grande.




Pero si es grande ser tío. No me digáis que no, más grande tiene que ser ser padre. Lo noto en mis hermanos, en sus gestos, en sus palabras, en sus muchos detalles. Es su hijo, y basta. Desde hace unos años, las redes sociales han puesto de manifiesto algo que estaba olvidado, personas que ya no recordabas, compañeros que hacía muchos años que no sabías nada de ellos, o recuperar un familiar, primo o tío que solo quedaba plasmado en la agenda de direcciones. Desde hace unos días, el correo electrónico me está acercando a una amiga no tan olvidada por mi, pero sí descuidada. En mis años de estudiante fue una gran amiga y es de las pocas personas con las que he cultivado la amistad, pero muy de tarde en tarde. Desde hace unas semanas parece que quiere recuperar el tiempo. Me escribe, me manda fotos, me cuenta sus cosas y me habla de ellas. Pero reconozco que, cuando me ha mandado las fotos de su familia he sentido un gran vacío. Ver sus hijos tan grandes, tan guapos, tan inteligentes, me ha hecho pensar y yo, ¿qué le mando? Por unos días he sentido envidia de ser padre. Miro a los que son como yo con sus niños de la mano y he sentido el capricho frustrado de algo imposible. Como desvelos embobados de los que despierto fácilmente, porque como padre yo dejaría mucho que desear.


En clase, como el que manda soy yo,medio los soporto. Pero en la calle o en un bar, me tomo el café y salgo corriendo del local antes de que me acuerde de Herodes. Hay que valer para ser padre. Hay que tener una vocación especial para que la simiente familiar germine con esperanza en el futuro. Veo a mis sobrinos con orgullo. Veo a los hijos de mis amigos con envidia, pero de la sana. Y me veo yo y me digo, para convencerme, que el tiempo, como tal, no lo he perdido. Aunque como dice mi hermana. Que si verdaderamente quisiéramos a la gente estaríamos casados y con muchos hijos para ser los primeros en dar ejemplo. De la que me he librado. Buenos días nos dé Dios.

Un abrazo.
Gregorio.
Guadalajara, 7 de diciembre de 2011.






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